Es nuestros días ocurren situaciones que parecen sacadas de alguno de
los libros de George Orwell. Sus obras están llenas de ficción, de criticas al
“poder”,
al totalitarismo, a las ideologías, a las guerras, a la literatura, al
periodismo, y hasta a él mismo. Su nombre real es Eric Arthur Blair. Nacido en
la India en 1903, sus padres eran de origen británico y birmano, quienes le
trasladaron a Inglaterra para que creciera y estudiara. Es un personaje
histórico que participó en diferentes contextos trascendentales en diferentes
partes del mundo.
Es el autor de “Homenaje a Cataluña”, un libro que ha sido muy releído
las últimas semanas por los acontecimientos en Barcelona y el interés de
algunos sectores por independizar esa región. Orwell relata en esa obra su
participación en la guerra civil española del siglo pasado. También escribió la novela “1984”, donde cuestiona
a un gobierno que lo controla y vigila todo; y describe a un personaje a quien
todos los ciudadanos deben respetar, “El Gran Hermano”. Vale la pena mencionar
que “1984”, aumentó
sus ventas en Estados Unidos, después que Donald Trump ganara las elecciones
presidenciales de ese país
en 2016.
Para entrevistar a Orwell había que investigar en que cosas creía y en
cuales no. La magia negra era una de las cosas que le generaban curiosidad
mientras estaba vivo. Tan así que mientras era estudiante practicó con un
muñeco de vudú. También, mientras estuvo en Birmania se tatuó unos pequeños
círculos azules en los nudillos que servían para alejar la mala suerte. Por
tanto, tuvimos que contactar a una médium que se encargara de buscarlo y nos
sirviera de canal. Los médiums son personas muy sensibles, capaces de crear
contactos con energías de personas que ya están muertas.
Nos trasladamos a una aldea en una montaña ubicada en el departamento
de La Paz, a unas cuatro horas de Tegucigalpa. Salimos a las 4:00PM y llegamos
a las 8:00PM. En la comunidad no había servicio de electricidad, por lo que
hubo dificultad en el camino, la carretera de tierra, llena de neblina hizo que
el trayecto fuera más largo y le puso un poco de terror a la aventura. Es una
zona muy boscosa, por lo que en los momentos en que la neblina no tapaba la
vista, nos la decoraban unos árboles muy grandes. Los relámpagos nos regalaban
una especie de “flash”
natural a nuestros ojos para poder apreciar aquella imagen.
Al llegar al pueblo -del cual nos guardaremos el nombre para proteger
a nuestro contacto, pues en Honduras, este tipo de prácticas se consideran
brujería y aun existe cacería a esas personas-, nos detuvimos a esperar en el
parque central, el cual no está en el centro, sino, a una cuadra de la entrada,
pero que asumimos se le denomina así por el significado del parque. A su lado
tiene una iglesia católica
bastante vieja. Del otro lado hay un pequeño edificio de apartamentos de
alquiler para empleados del gobierno, empleados de organizaciones de
cooperación internacional, y visitantes esporádicos en la zona. Es allí donde
acordamos nuestra cita. Alquilamos uno de esos para sostener nuestro contacto.
Cinco minutos después de nuestra llegada, se acercó a nosotros (mi
acompañante que maneja y yo) una mujer anciana, baja de estatura, con un candil
en su mano izquierda para alumbrar su camino en aquella calle de tierra
iluminada únicamente por la luna llena, que salía cada vez que las nubes se lo
permitían. “Hace dos días no hay luz”, comentó con una voz bastante cansada.
“Apúrense, nos está
esperando el señor”, nos dijo apresurada, por lo que nuestro saludo de
bienvenida fue muy corto. Cruzamos la calle, abrimos un portón negro, entramos
y subimos unas escaleras de metal que nos dirigieron a un segundo piso. No
había nadie más en los apartamentos, y en el pequeño pueblo tampoco parecía
haber gente. No vimos a nadie más en el tiempo que llevábamos allí. La señora dijo que las
personas se acuestan a dormir temprano, por lo que era una posible razón para
no ver a nadie.
Entramos al cuartito, no había nada más que una mesa en el centro con
cuatro sillas de plástico.
La mesa tenía también un mantel de plástico de color
azul. Del lado de la mujer habían tres imágenes en papel de fotografía de
George Orwell que imprimimos en Tegucigalpa y se las enviamos en el bus como
encomienda a la señora. La primera es un “plano medio corto” de Orwell, la más común en internet, la segunda es una imagen suya
mientras participaba en la guerra civil española y en la tercera carga en
brazos a su hijo, Richard Blair.
La primer es un "plano medio corto" de Orwell, la más común en internet. |
La segunda es una foto suya mientras participaba en la Guerra Civil Española. |
Y en la tercera carga en brazos a su hijo, Richard Blair. |
Era una especie de altar el cual se iluminaba con una candela roja. Desde la ventana del cuarto se podía ver la luna. La cual estaba completamente despejada. A los pocos minutos de sentarnos, y de estar asombrados del ambiente creado para nuestra entrevista, la señora nos volvió a dirigir la palabra desde aquel “Apúrense”, para pedir que nos quitáramos todo lo que nos podía hacer sentir pesados en algún momento. “Cuando la luz de la luna empiece a iluminar la primera foto, es momento de empezar y cuando llegue a la última, habremos terminado”, nos dijo.
Sentados, ella frente a mi con el pequeño altar, y mi acompañante a mi
izquierda; nos propusimos seguir con nuestros ojos y en total silencio a la luz
de la luna que reflejaba al chocar con la ventana, una especie de línea que
simulaba una aguja de reloj en la mesa. Estaba muy cerca de alcanzar la primera
imagen. “Saque las preguntas”, me ordenó. Yo, asustado, abrí mi mochila, saque
un lápiz negro y una libreta pequeña donde tenía las preguntas y alumbré con el
celular la primera. Puse la mochila en el suelo, cerca de mi pie derecho,
respiré profundo, y vi
a los ojos a la anciana. En ese momento el reflejo de la luna, llego a la
primera, bajamos la mirada juntos y ella, muy segura, pronunció un, “Ya.”
De pronto, la mirada de la señora cambió. La profundidad era menor, sus patas de gallo
se veían menos marcadas, y parecía sonreír. “Nada que ver como lo pintan en las
películas”, pensé. De pronto, pronunció un par de palabras que al inicio no
entendimos. “Hey,
how is going?” (¿Cómo va todo?), repitió unas dos veces.
Orwell hablaba ingles con acento británico, un tono cansado, pero era muy amigable, por lo
que la entrevista sería
así. A lo que respondí en ingles y el resto de la entrevista se
desarrolló de esa manera, por lo que si hay algún error en la interpretación
del contenido de la entrevista, tendrá que ver con ello.
Yo estaba nervioso. Por lo que
me voy a saltar el saludo e iré de una vez a la primera pregunta que fue a las
8:23PM: La policía, Orwell, ¿qué te
motivó a pertenecer a la policía birmana tan joven y qué cosas pudiste ver en
ese tiempo?
Pues, al terminar mis estudios en Eton, muy joven (19) quise cambiar
algunas cosas en mi vida. Agradezco que empecemos por aquí las preguntas porque
es el inicio de mis incertidumbres políticas y al no tener posibilidades de
conseguir una beca para continuar la universidad, quería ver el mundo.
Aprovechando mi origen indio-británico, me enlisté en la “Policía Imperial India en
Birmania”. Recordemos que para esos días, Gran Bretaña tenía muchas colonias y
procesos de colonización en Asia.
Escuela de Entrenamiento Provincial Birmano en 1923. Arthur Blair (Orwell), es el tercero de pie, de izquierda a derecha. |
Estuve cinco años, pero no podía más. Odiaba la forma en que se
imponía a las personas una colonización que muchas personas ni se daban cuenta.
Era natural para ellos obedecer. Y en 1927, regresé a Inglaterra. ¿Sabes?, cuando una
persona vuelve al lugar al que cree pertenecer, después de haber pasado tiempo
fuera, tiene mentalmente muchos conflictos y cuesta que se adapte, yo tuve
problemas con eso.
¿Por qué el seudónimo de George Orwell?
Yo regresé a vivir a la casa de mis papás a finales de 1929,
derrotado, sin dinero y enfermo. Después de volver de Birmania hice trabajos de
todo tipo, pero mis problemas de salud me obligaron a dejar de hacer muchas
cosas, por lo que opté por dedicarme más a escribir. Me fui a vivir a Paris en
1927 para intentar mi carrera en las letras y terminé lavando platos. También
me fue muy mal.
En 1933, con 30 años,
publiqué mi primer libro “Sin Blanca en Paris y
Londres”, con el seudónimo
“George Orwell”
porque no quería incomodar a mis papás. Ese primer libro era una narración de
haber tocado fondo, y una critica a dos ciudades pretenciosas como Paris y
Londres.
Me cruzaron por la mente otros nombres, pero “George Orwell” tiene una carga de tradiciones
inglesas, por ejemplo, “George” es
el santo patrón de Inglaterra, y “Orwell” es el nombre de un río en Suffolk en Inglaterra, con mucha carga
simbólica. Además
consideré que un apellido que empezara con la letra “O”, le daría una buena posición a
mis libros en los estantes de las librerías.
Háblenos un poco de “Sin Blanca
en Paris y Londres”, ¿Cómo fue tocar fondo en medio de la mayor crisis
económica del siglo pasado?
Mira, yo creo que todas las personas a lo largo de sus vidas van a
tocar fondo por lo menos una vez. De muchas maneras. En mi tiempo en Paris y
Londres pude ver a mucha gente solitaria, desquiciada y que renunciaron a ser
personas normales en dos de las sociedades con más riqueza económica y que sufrían las
consecuencias de la “Gran Depresión de 1929” sin darse cuenta.
Existen dos extremos donde estamos los pobres, que al serlo, nos
liberamos por completo de esos patrones de comportamiento normales y luego las
personas excéntricas con mucho dinero que tienen miedo de caer en la pobreza.
Aunque no me lo creas, hay una sensación en la pobreza que genera
consuelo. Cualquier persona que haya tenido problemas económicos me va a
entender. Hay una sensación de alivio, de placer al saber que por fin estás sin
nada. Pasamos pensando mucho en el miedo que tenemos de acabar en un abismo, de
no tener absolutamente nada y resulta que de repente estás allí, sin nada, acabado y
podes soportarlo, eso nos quita muchas preocupaciones.
El reflejo de la luz de la luna
casi terminaba de cubrir la primera imagen, teníamos apenas una esquina por
cubrir y habían tantas cosas que preguntarle.
En 1935 publicaste “La Hija del
Clérigo”, ¿Es una critica al patriarcado de tu época?
Parece que la leíste -dice en tono de burla-. Si, esa novela es una
critica al poder, a la forma de vida de muchas mujeres, sobre todo las mujeres
en el campo, y de cómo
interpreté muchas cosas que alcancé a observar durante mi
trabajo como profesor combinada con mi experiencia de vida y la crisis de 1929
que seguía impactando por todas
partes.
Esa es una historia que mediante el personaje de “Dorothy Hare”, cuento como al ser
hija de un reverendo -una figura respetada en los pueblos- también existe
opresión y sobre todo, castigo. Hare, vivía en condición de criada en su propio hogar. No
sé cómo es en Honduras, y en su tiempo, pero esas son características del
pasado. Luego, ese personaje inicia un viaje donde empieza a cuestionarse la
existencia en medio de la miseria. Esa opresión, miseria y crisis existencial
nos pasa tanto a mujeres y hombres, y en esta novela, a pesar de que el
personaje es una mujer, es mi crisis representada por ella.
Teníamos más preguntas para
Orwell sobre esos días, pero la luz de la luna cubrió por completo la primera
fotografía y tuvimos que pasar a la siguiente. La foto en la que aparece en la
guerra civil española.
Orwell, en los últimos meses se
ha hablado mucho sobre Cataluña, el 1 de octubre de este año se celebró un
referéndum para independizarse de España, por lo que tu libro “Homenaje a Cataluña”
se empezó a vender más y yo
tengo que preguntarte sobre él.
¿Cómo llegaste a la guerra
civil española? ¿Qué te
motivó?
¿En serio, me vas a preguntar sobre la guerra civil española? (ríe) ya
me estabas aburriendo y me das en el inicio mi crisis ideológica.
Pues antes de hablar de mi llegada, vamos a explicar lo que pasaba en
España a las personas que van a leer la entrevista. Ese país ya había tenido
algunos acontecimientos recientes que fueron acumulando algunas tensiones, por
ejemplo la revolución anarquista y socialista de 1934 que el ejército logró
intervenir, pero que no la detuvo.
En febrero de 1936, el Frente Popular, una coalición formada por los
principales partidos de izquierda del momento, consiguió ganar las elecciones
generales. Apenas pasaron cinco meses para que el ejército intentara dar un
golpe de Estado en julio.
Ese hecho provocó el inicio de la guerra civil en la que hubo una
fuerte resistencia de parte del bando republicano; conformado por la Izquierda
Republicana, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Partido Comunista de
España, Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), al que me enlisté, el
Partido Sindicalista, en Cataluña los nacionalistas de izquierda eran
encabezados por Esquerra Republicana de Cataluña la cual recibía el apoyo de
los movimientos obreros y sindicatos de la Unión General de Trabajadores (UGT)
y la Central Nacional de Trabajadores (CNT), y el ataque constante del lado
sublevado, lo aglutinaban el mando militar institucionalizado en la Junta de Defensa
Nacional, la Falange Española de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas,
los Carlistas, los Monárquicos
Alfonsinos de Renovación Española, la Confederación Española de
Derechas Autónomas (CEDA), la Liga Regionalista, y la iglesia Católica.
Yo llegué a Barcelona el 26 de diciembre de 1936 con una carta de
recomendación del Partido Laborista Independiente británico. La intención era
escribir artículos para periódicos sobre la guerra civil española y debía
integrarme a las brigadas internacionales, pero decidí ingresar al cuartel
Lenin en la milicia del POUM, casi enseguida porque en aquel momento y en aquel
ambiente parecía lo único
lógico. Para alguien que venia de Inglaterra, el aspecto que ofrecía
Barcelona era abrumador y sorprendente. Era la primera vez que yo pisaba una
ciudad donde estaban al mando los obreros. Había una revolución allí.
¿Qué otras cosas veías al momento de tu llegada a Barcelona?
Por ejemplo, casi todos los edificios estaban tapizados de banderas
rojas o con la bandera roja y negra de los anarquistas. Habían pintado la hoz y
el martillo y las iniciales de los partidos revolucionarios en todas las
paredes. Habían saqueado casi todas las iglesias y quemado las imágenes. En
todas las tiendas y cafés había una inscripción que advertía de que los habían
colectivizado, incluso los limpiabotas habían pintado sus cajones de rojo y
negro. Los camareros y los dependientes de los comercios te miraban a los ojos
y te trataban de igual a igual. Las formas de tratamiento serviles o ceremonias
habían desaparecido temporalmente. Nadie usaba el adjetivo “señor”, ni “don”,
ni siquiera el “usted”, sino que todos se llamaban camarada, se tuteaban y
decían “¡salud!” en lugar de “buenos días”.
Realmente me dejé llevar por las apariencias y pensé que aquello era
de verdad un Estado obrero y que los burgueses habían huido, habían sido
asesinados o se habían pasado voluntariamente al bando de los trabajadores, no
reparé en que muchos burgueses ricos se habían limitado a ser discretos y
disfrazarse de proletarios por un tiempo.
Cualquiera que procediese de la encallecida y desdeñosa
civilización de los pueblos de habla
inglesa, se hubiera enternecido al ver la literalidad con que aquellos
españoles idealistas se tomaban las trilladas consignas revolucionarias. Por
encima de todo, la gente confiaba en la revolución y en el futuro, y se tenía
la sensación de haber entrado en una era de libertad e igualdad. Las personas
estaban tratando de actuar como tales y no como resortes de la maquinaria capitalista.
¿Cómo fue tu experiencia en el
entrenamiento que recibían para ir al frente en la guerra?
Esa fue una experiencia muy rara para mí. Fíjate que me habían dicho
que los extranjeros no estaban obligados a hacer el entrenamiento, en ese
entonces me pasaba por la mente que los españoles tenían el patético convencimiento de que todos los
extranjeros sabían más que ellos de cuestiones militares, pero, como era de
imaginarse, me fui con los demás. Yo quería aprender a manejar una
ametralladora. Consternado, me di cuenta que no se nos enseñaba nada sobre el
uso de armas. El entrenamiento consistía en estúpidos y anticuados ejercicios
de desfile, variación derecha, variación izquierda, media vuelta. Era un modo
insensato de entrenar a un ejército
de guerrilleros.
Es evidente que, si solo se dispone de unos días para adiestrar a un
soldado, es imprescindible enseñarle lo más necesario: ponerse a la defensiva,
avanzar por terreno despoblado, a montar guardias y construir un parapeto, y
sobre todo a utilizar armas. Sin embargo, aquella turba de muchachos
entusiastas a quienes iban a enviar al frente al cabo de unos días no aprendía ni siquiera a
disparar un fusil o a quitar el seguro de una granada. En aquel momento no caí
en cuenta que sencillamente, no tenían armas.
Siempre que podía arrinconar al teniente que nos daba la instrucción, exigía que me enseñasen a
manejar una ametralladora. Sacaba mi diccionario Hugo del bolsillo y le decía
en un castellano muy malo: “Yo sé manejar fusil. No sé manejar ametralladora.
Quiero aprender ametralladora. ¿Cuándo vamos a aprender ametralladora?”
A modo de respuesta recibía siempre una sonrisa agobiada y la promesa
de que me enseñarían a manejarla “mañana”. No hace falta decir que “mañana”
nunca llegó.
La luz de la luna reflejaba su
sombra a la mitad de la imagen y yo todavía tenía muchas cosas que preguntarle. Por lo que tuve que saltar algunas
preguntas.
Al final terminaste tu
entrenamiento y te fuiste al frente de Aragón, ¿cómo fue tu experiencia en las
trincheras de la Sierra de Alcubierre?
Estuve en la sierra desde enero hasta mayo del 37, así que voy a
comentar un poco ese tiempo allí. En el Frente de Aragón las cosas me empezaron
a desilusionar. Nada pasaba, nunca. Una de las primeras anécdotas que recuerdo
de abrir fuego, fue cuando vi por primera vez la trinchera de los fascistas,
era muy lejos de la nuestra. En aquel primer momento, dos figuritas grises
ascendían torpemente la ladera. Mi compañero Benjamín, agarró el primer fusil
que encontró. Recuerdo su rostro, estaba emocionado.
Tomó posición de disparo, siguió a los fascistas con el mirador,
apuntó, apretó el gatillo, y, ¡Click!… salió defectuoso el cartucho.
Eso era un mal presagio, Luis.
Las primeras tres semanas había disparado apenas tres veces contra el
enemigo. Dicen que hacen falta mil balas para matar a un hombre, por lo que a
ese paso necesitaría 20 años para matar a mi primer fascista. Con el tiempo la
experiencia se volvió dura, ya
no era el enemigo la mayor preocupación. Las cinco cosas a las que le dimos
mayor importancia en nuestra trinchera, eran en este orden: (mientras me decía
esto, mostraba las manos de la señora y contaba con cada dedo de su mano
izquierda) leña, comida, tabaco, velas y el enemigo. Al enemigo lo veíamos en
un lejano último puesto. Nadie se preocupaba por ellos y seguramente ellos
tampoco se preocupaban por nosotros. Seguramente la verdadera preocupación de
ambos ejércitos era combatir el frío.
Con el paso de los días, escaseaba el agua, no nos quitábamos la ropa.
En 80 noches me desvestí tres veces y creo que mi experiencia en Paris y
Londres fue útil para esto. Todo eso me servía para cuestionar la guerra,
luchábamos contra la pulmonía, no contra hombres. Déjame pensar, creo que
recuerdo a los primeros cinco heridos que vi en España, si, pero ¿sabes qué?,
debían sus lesiones a nuestras propias armas, y no quiero decir que eran
intencionadas, sino, producto de algún accidente o descuido.
Cuando se acercaba la primavera todo escaseaba: botas, tabaco, ropa
jabón, fósforos, velas, aceite de oliva.
Lo peor era la escasez de tabaco. Además, apareció un nuevo enemigo, los
piojos. En la guerra, todos los hombres tienen piojos.
Otra anécdota que debo contarte es la que me pasó a finales de marzo,
se me infectó una mano; me la abrieron y tuve que llevar el brazo en
cabestrillo. Tuve que ingresar a un hospital. Estuve diez días allí, parte de
ellos en cama. Los practicantes me robaron casi todos los objetos de valor que
poseía, incluidas la máquina fotográfica y las fotos. Todos robaban en el
frente, como efecto inevitable de la escasez, pero el personal hospitalario
siempre era el más ladrón.
Y en mayo volviste a Barcelona, ¿cómo fue ese regreso después de pasar
cuatro meses en el frente?
Cuando
salimos de permiso, yo llevaba ciento quince días en el frente. Ese periodo me
parecía entonces uno de los más inútiles de mi vida. Me uní a la milicia para
pelear contra el fascismo, y hasta ese momento, casi no había luchado,
limitándome a existir, sin hacer otra cosa más que padecer frío y falta de
sueño. Quizá ese sea el destino de casi todos los soldados en casi todas las
guerras.
Cómo
veras, por lo que te he contado, en el frente yo estaba aislado del mundo
exterior, incluso, aislado de lo que ocurría en Barcelona. Al volver, tres meses
y medio después yo estaba confundido, la atmósfera revolucionaria había
desaparecido. El cambio en el aspecto de la gente era increíble. La mayoría
parecía usar esos elegantes veraniegos en los que se especializaban los sastres
españoles. En todas partes se veían hombres prósperos y obesos, mujeres bien
ataviadas y coches de lujo. Ya se podía observar una jerarquización social bien
definida.
Al
inicio pensé que mi primera impresión de diciembre habría sido errónea. Pero
descubrí que un profundo cambio se había producido en la ciudad. Dos hechos
constituían la clave de ese cambio: el primero era que la gente, la población
civil, había perdido gran parte de su interés por la guerra: y el segundo, que
la división de la sociedad en ricos y pobres, clase alta y clase baja, se
volvía a instaurar, pero ahora los ricos eran los comunistas aliados con los
burgueses. Era todo muy raro, los restaurantes y hoteles estaban llenos de
gente rica que devoraba comida cara, mientras para la clase trabajadora, los
precios de los alimentos habían subido sin un aumento compensatorio en los
salarios. ¿Y los responsables?, comunistas, querido. Estaban alarmados por la
creciente libertad democrática en Barcelona.
Otra
cosa que llamó mi atención para aquel momento, es que existía una propaganda
muy extraña. Desde febrero, todas las fuerzas armadas combatiendo el fascismo
quedaron teóricamente incorporadas al Ejército Popular. Las milicias se
reorganizaron sobre el modelo de aquel, con pagas diferenciadas,
jerarquización, etcétera, etcétera. Lo que te quiero decir con que todas las
milicias fueran parte del Ejército Popular, es que se utilizó como propaganda.
Toda victoria se atribuía automáticamente al Ejército Popular y todos los
desastres se achacaban a las milicias y a los obreros. Cuando las cosas eran al
contrario, las milicias eran las que estaban al frente y el Ejército Popular
era únicamente adiestrado para la retaguardia, algo que se ocultaba
públicamente.
En
esos días en Barcelona, traté de hacer todas las cosas que no había podido
hacer mientras estaba en el frente. Mi esposa estaba en España. Pasé tiempo con
ella y en mis planes estaba irnos unos días a la costa. Me dediqué a comer en
exceso los primeros días, tanto que llegué a enfermarme y al final no nos
fuimos. También quería comprar una pistola. Era más efectivo tener una que uno
de los fusiles que se usaban en el frente. Otra de las cosas que quería hacer
era abandonar el POUM, para este tiempo, mis preferencias personales estaban
más con los anarquistas. Quería unirme a alguna de sus milicias.
El
1 de mayo de 1937 en Barcelona, fue el más raro probablemente en toda Europa.
Había un proceso revolucionario en marcha, se mostraría fuerza de parte de
todos los movimientos, pero la división interna entre comunistas y los obreros
generó rumores de posibles enfrentamientos entre sí. Al final, se suspendió a
último momento la manifestación para evitar los disturbios. Lo último que yo
deseaba era verme mezclado en alguna tonta lucha callejera. Marchar por la
calle detrás de banderas rojas, con ampulosos eslóganes escritos, para luego
morir de un balazo de metralleta desde alguna ventana por un desconocido no
respondía a mi idea de lo que era una forma útil de morir.
El
3 de mayo, entre las tres y las cuatro, me encontraba a media altura de las
Ramblas cuando oí varios tiros. Me di la vuelta y vi a algunos jóvenes que, con
fusiles en mano y los pañuelos rojo y negros de los anarquistas al cuello,
desaparecían por una bocacalle en dirección norte. Inmediatamente pensé, ¡Ha comenzado!.
Era un enfrentamiento en la Central de Telefónica, originado por guardias
civiles y en contra de trabajadores de la CNT, quienes tenían el control del
edificio. Luego llegaron los anarquistas y se generó una refriega general.
Dominaba la idea de que la Guardia Civil andaba detrás de la CNT y de la clase
trabajadora en general. Hasta ese momento, nadie parecía responsabilizar al
gobierno. Era claro que algo que no alcanzábamos a comprender del todo, estaba
pasando.
Pasé
los siguientes tres días con sus noches en la azotea de un cine. No corría
ningún peligro. No sufrí más que hambre y aburrimiento. Pero se habían
levantado barricadas y muchos rumores, esos últimos sobre todo. Comprendí en
ese momento que cuando la lucha concluyera, el POUM, que era el partido más
débil y, por ende, el chivo expiatorio más propicio, cargaría con toda la
culpa. Si el gobierno nos declaraba la guerra, no teníamos otra alternativa que
defendernos. Era para entonces, una contrarrevolución comunista. Los periódicos
del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), no estaban sometidos a la
censura, y mediante articulo incendiarios exigían la supresión del POUM,
alegando que era una organización fascista enmascarada. Los agentes del PSUC
colocaron en toda la ciudad un mural que representaba al POUM como una figura
que al quitarse la máscara que ostentaba la hoz y el martillo descubría un
rostro horrendo marcado con la cruz gamada. Yo había sido mencionado como
fascista en esos periódicos. Ya no podía considerar integrarme a otra columna.
A partir de ahora estaba marcado en el POUM.
Al
concluir la lucha, los anarquistas liberaron a los prisioneros en su poder,
pero los guardias civiles no hicieron lo mismo. La mayor parte de estos
prisioneros fueron encarcelados sin juicio, en muchos casos durante meses.
No
me queda más que resumir todo, en que cuando acabó, los comunistas controlaban
Barcelona. Los milicianos teníamos que abandonar la ciudad o convertirnos en
comunistas y podrían acabar usándome contra la clase obrera española tarde o
temprano. No sabía cuando volvería a repetirse una situación similar, y, si
tenía que usar un fusil, prefería hacerlo al lado de la clase trabajadora y no
contra ella. Así se destruyen todas las revoluciones, Luis. Todas.
Recordaba
las palabras de un corresponsal con el que conversé mi primer día en Barcelona
en diciembre del 36, me dijo: “Esta guerra, como
cualquier otra, es un fraude.” Ese comentario me había desagradado y
entonces no me pareció cierto. En mayo del 37 seguía sin parecerme cierto del
todo, pero sí más que antes.
Voy
a aprovechar a contarte mi reflexión sobre eso último porque así no me vas a
tener que preguntar por “Rebelión en la granja” ni “1984”. Podíamos ya empezar
a hacer conjeturas de lo que ocurriría. Era fácil ver que el gobierno de
Caballero caería y sería reemplazado por otro más derechista, sometido a una
influencia comunista aún más fuerte, lo que ocurrió un par de semanas más
tarde, y que se empeñó en terminar con el poder de los sindicatos de una vez
por todas. Los comentarios periodísticos acerca de “una guerra librada en
defensa de la democracia” eran mero engaño. Eso significaba que el país sería
sometido a alguna clase de fascismo. De un fascismo que, sin duda, tendría un
nombre más agradable. Sin duda, aunque eso estaba mal, era aún peor Franco,
pero que él llegara a tener el control de España dependía únicamente de esa
división.
Gracias
a mi participación en esa guerra, cada línea que escribí en mi vida, desde 1936
fue directa o indirectamente contra el totalitarismo y a favor del socialismo
democrático como yo lo entendía.
Y
después de eso, volví al frente de Aragón.
Ya en el frente, el 20 de mayo durante una guardia fuiste herido en un
brazo y el cuello. ¿Qué se siente ser herido de bala y estar a punto de morir?
Muy
bien. Recuerdo ese día con bastante claridad. Fue un amanecer precioso. Asomé
mi cabeza por el parapeto, algo que era muy peligroso y… (con un profundo
silencio, me vio fijamente y dijo): ¿Sabes? la experiencia de recibir una bala
es muy interesante. De hecho creo que merece la pena describirla con detalle. A
grandes rasgos tuve la sensación de encontrarme en el centro de una explosión,
una detonación muy fuerte, una luz muy intensa a mi alrededor y sentí una
tremenda sacudida aunque no me dolió. Solo fue una sacudida violenta, como una
descarga eléctrica. Con ella la sensación de que me hubieran golpeado y no
tuviese fuerzas para nada. Debieron pasar dos minutos en los que pensé que me
habían matado.
Lo
primero que pensé fue en mi mujer. Lo siguiente fue una violenta rabia por
tener que dejar este mundo en el que a pesar de todo, me encuentro muy bien. Me
desquiciaba aquella estúpida mala suerte. Lo absurdo que era.
Después
de ese disparo me dieron de baja. Tuve que regresar a Inglaterra y fui
ingresado en un sanatorio por tuberculosis. Luego fui a Marruecos a
recuperarme.
La luz dela luna, ya apuntaba el final de la segunda fotografía (la
más larga ya que tuvo que cruzar toda la ventana). Para la última tendría muy
poco tiempo debido a que la posición era únicamente para ocultarse.
Por lo que pensé, al momento de enviar las fotos en que podíamos
aprovechar para enviar un saludo al hijo de George Orwell, Richard Blair. La
tercera imagen es de Orwell sosteniendo en brazos a Richard. ¿Te gustaría
enviarle un saludo? -agregué-
Por
favor decile a Richard que le mando un abrazo, como en esa fotografía. Y a vos,
te manda saludos David Bowie. Espera hablar pronto con vos, me dice en este
momento.
Agarró la tercera foto, la observó por mucho tiempo. Salieron unas
lágrimas de los ojos de la señora y comprendí que no era momento para
preguntas.
De
repente, colocó la foto en la mesa. Siguió su movimiento con la mirada, la
levantó y me vio fijamente. “Me voy a Cataluña”, cerró.
estoy impresionado con esta todo eso te relato esa señora ,
ResponderEliminarHola Noe. Jaja no, esa es una entrevista de ficción, es de un género del periodismo que se llama semblanza y es básicamente estudiar a un personaje y hacer algo como esta nota
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